En varios idiomas la palabra pentecostés se deriva de la palabra griega cincuenta o el quincuagésimo día (así en español, alemán e inglés). Esto es algo sorprendente porque en la gran mayoría de los casos el simbolismo hebreo de la biblia relaciona tiempos que pasan en la historia humana o con los números Siete o Cuarenta (creación en 7 días, el pueblo De Dios está 40 años en el desierto, Jesús está ayunando durante 40 días). Respecto a la cifra Cincuenta se puede hacer una interesante ecuación: siete veces siete son cuarenta y nueve más uno son cincuenta. Con el lenguaje de la biblia uno podría constatar que el número cincuenta excede el orden humano del tiempo. La siete multiplicada con sí misma puede llegar hasta el cuarenta y nueve y no más allá. Hasta allí llega la fuerza del ser humano. En cambio, la cincuenta representa una nueva realidad más allá de lo humano.
La Fiesta de Pentecostés como se nos relata en el Nuevo Testamento es justo esto: el inicio de algo completamente nuevo que tiene su origen no en este mundo sino en la acción de Dios „desde arriba“. En este momento empieza la misión de la iglesia con una dinámica inesperada e imponente. Nada diría que la propagación del evangelio ha sido una consecuencia de la fe ardiente de los apóstoles después de la resurrección. Todo lo contrario: casi lo impiden con su temor y su incredulidad. Pero sin embargo la voz de la buena nueva corría por todo el mundo.
Algo semejante aplica a cada cristiano: Podríamos mencionar unos factores que eran favorables para que fuéramos creyentes (una familia católica o una crisis existencial que nos llevó a creer nuevamente, por ejemplo), pero esto nunca sería suficiente para explicar la gran maravilla de que somos creyentes. Esto se debe a una iniciativa de Dios que nos llamó personalmente.
Los que viven su fe en fidelidad, de vez en cuando son sorprendidos por las inspiraciones del Espíritu Santo. Casi todos los santos han tenido una experiencia de un Pentecostés personal. Su vida fue cambiada por Dios, algo nuevo e inesperado sucedió y les cambio el rumbo de su vida. Recibieron dones que antes no tenían y son capaces de expresarse en cualquier idioma del mundo. Si nos pasa esto hay que seguir con magnanimidad y no aferrarse en el pasado.
Pero tampoco todo lo que se nos presenta como nuevo se debe a una iniciativa del Espíritu Santo. Muchas cosas que reclaman de ser nuevas e innovadoras en realidad son de este mundo y carecen de la inspiración „desde arriba“. Normalmente estas ideas que pretenden ser nuevas se quedan completamente mundanas y siguen más la gravedad de la naturaleza humana que la nueva realidad de la vida renovada por Cristo.